dimecres, 15 d’octubre del 2008

Piter y yo. Un viaje por mar


La travesía
en barco fue muy tranquila, con buena mar, el barco era cómodo y había libertad de movimientos.....mucha gente de la que viajaba era ya experta porque iban equipados con almohadones y con sacos de dormir; recuerdo en particular una mujer joven con sus dos hijos: el más pequeño, un granuja
que caminaba pero aún llevaba chupete, estuvo corriendo de un lado a otro de las salas comunes, era muy travieso pero muy simpático, y cuando comenzó a tener sueño, pidió el pijama, cogió su manta y su almohada y se tumbó en el suelo entre los sillones a dormir...no quiero imaginarme la de veces que el pequeño Luca había hecho ese viaje. Yo, que no llevaba almohada, me conformé con cenar, leer un rato y en vista de que la tele de la sala seguía empeñada en emitir un horrible concurso, me apropié de los 4 sillones de mi fila y me dormí. Sorprendentemente descansé muy bien, no me enteré de nada, pero a las ocho ya estaba despierta, y me faltaban varias horas para llegar a puerto. Las pasé como buenamente pude: desayuné y me fui a dar una vuelta; las terrazas para tomar el sol estaban llenas así tomé un rato el aire y acabé sentada rodeada de mis mapas, revisando las carreteras por las que iba a circular (había planificado e impreso los trayectos con la guía Michelín, pero seguía revisándolos una y otra vez) hasta la hora de comer. Inevitablemente, hacia la final, estaba muy aburrida. Puedes ir equipada con el mp3, con un libro, con dos guías, con mapas, con mil planes en tu cabeza y con el nerviosisimo típico de una ocasión así, pero llegará un momento en que lo único que quieres es salir del barco, sobre todo si a través de las ventanas ya ves Genova....
Por fín nos reunieron en la cafetería y poco a poco fuimos desembarcando. El proceso es algo lento: primero bajan los pasajeros que van a pie, luego los camiones, las motos y por último los coches.
Y de pronto me encontré dentro de mi Fiesta, a punto de pisar tierra italiana por segunda vez. Sabía que mi hotel estaba cerca de la Estación del Príncipe, y suponía, por experiencia, que ésta estaría indicada, pero me preocupaba liarme al salir del barco y perderme.....huelga decir que éste ha sido un viaje sin GPS....pero mis temores eran infundados; nada más bajar del barco, entras de lleno en la ciudad, y enseguida ví las indicaciones para la Estación: conducía llevada por los nervios pero segura del camino que estaba recorriendo, y efectivamente, llegué....consulté mi mini plano de Genova y comprobé que el hotel se encontraba delante de mí, pero la calle era dirección prohibida y no podía acceder.....decidí aparcar y luego ir al hotel, pero me fue imposible hacerlo en esas calles y busqué un párking.....subí por las empinadas calles de la parte alta de Génova y volví a bajar, para aparcar finalmente en el único parking que había visto, un poco viejo, un poco pequeño, pero vigilado al menos. Aquella fue la primera ocasión que tuve de utilizar mi escaso italiano, ya que las conversaciones con los camareros de la cafetería del barco no son dignas de mencionar; conseguí hacerme entender y descubrí que el propietario del garage hablaba itañol, una extraña mezcla de su idioma y el mío; me dijo que podía dejar el coche toda la noche, que hacían descuento a los turistas alojados en ciertos hoteles, y que el mío era uno de ellos....además me indicó exactamente dónde estaba y diez minutos más tarde estaba en la recepción, armada con la carpeta morada donde guardaba todos los emails con las reservas y la documentación del viaje. El hotel Acquaverde ocupa dos plantas de un edificio antiguo y se han dividido los pisos para formar habitaciones. La mía era pequeña, pero tenía un baño completo, nevera, caja fuerte, tv, aire acondicionado y daba a la calle....no podía esperar para ducharme y relajarme por fín, así que regresé a por la maleta y abrí la ventana con sus venecianas de madera de par en par. Había llegado a Genova.......